ERRATA no livro A Ética e suas Negações

No início do capítulo I. Paternidade e Abstenção, a editora Rocco cometeu um terrível erro: eles simplesmente suprimiram uma linha que prejudica totalmente a compreensão da primeira frase. A frase completa é a seguinte:



Durante toda a história da Filosofia, a Ética tem sido Ética do ser, o imperativo moral básico foi sempre ‘Deve-se viver’, e tudo o resto, uma justificativa desse imperativo.



terça-feira, 4 de abril de 2023

El Norteamericano Feo, Sucio y Malvado

Estimados amigos,

En los numerosos artículos que se escriben en el mundo hispánico sobre mi libro “Cine: 100 años de Filosofía”, siempre viene a cuento la forma en que parece que yo privilegio el cine norteamericano sobre el resto del mundo. Yo traté de diversificar mis ejemplos en la segunda edición del libro, de 2015, pero aun allí la presencia del cine norteamericano es notable. Por otro lado, a veces se me critica que yo dé tanta atención a la entrega de los Oscar. Quiero decir algo sobre esto.

Mi interés central en el Oscar es siempre el premio de mejor filme extranjero, que ya me permitió conocer muchas obras maestras a las que sería muy difícil tener acceso fuera de esas listas (me refiero no tan sólo al ganador, y ni siquiera a los cinco finalistas, sino a las listas iniciales de 50 o 100 filmes candidatos, que suelo acompañar). Es claro que ésta no es mi fuente exclusiva de informaciones del cine mundial, pero es una que me ayuda bastante en mis investigaciones.

Es cierto que el premio principal a películas norteamericanas es siempre escandalosamente comercial y oportunista, con rarísimas excepciones (creo que hay cuatro, por lo menos: “Perdidos en la noche” (1964), “El francotirador” (1978), “Amadeus” (1984) y “Platoon” (1986)). Pero el premio a mejor película extranjera ya premió a Federico Fellini (4 veces), Ingmar Bergman (3 veces), Vittorio De Sica (2 veces), Asghar Farhadi (2 veces), y 1 vez a Luis Buñuel, Jacques Tati, François Truffaut, Volker Schlöndorff, Pedro Almodóvar, Peter Haneke y Thomas Vinterberg.

Fuera de los grandes maestros, recibieron el premio obras supremas como “Orfeo negro”, “Guerra y paz”, “Mephisto”, “Las invasiones bárbaras”, “Infancia robada”, “La partida”, “Roma” y “Sin novedad en el frente”. Muchas de estas películas son lentas y reflexivas. A mí me gusta este premio precisamente porque creo que con él los norteamericanos recompensan a las películas que ellos son totalmente incapaces de hacer, lo que no deja de mostrar cierta autocrítica irónica por parte de ellos.

Por otro lado, el cine norteamericano no se reduce a Hollywood. Muchos directores norteamericanos son capaces de hacer filmes lentos y reflexivos. Menciono a John Cassavettes (“Faces”), Francis Ford Coppola (“La conversación”), Stanley Kubrik (“2001, una odisea del espacio”), Sidney Lumet (“El prestamista”), David Lynch (“Inland Empire”), Jim Jarmush (“Extraños en el paraíso”) y Gus Van Sant (la trilogía “Últimos días”, “Elefante”, “Gerry”). (Por otro lado, Estados Unidos tiene también directores rápidos y profundos, como John Huston, Robert Aldrich y Sam Peckimpah).

Estaba releyendo en estos días los libros autobiográficos de mi querida Simone De Beauvoir, y en uno de los volúmenes declara que Sartre y ella estuvieron siempre muy entusiasmados por el cine norteamericano, a pesar de sus reservas ideológicas, mientras que no se entusiasmaban nada con el naturalismo del cine francés y soviético. Ella escribe:

“(…) Hollywood nos ofrecía muchas otras atracciones: antes que todo, fisionomías admirables. Aun cuando fueran mediocres o malos, raramente dejábamos de ver películas con Greta Garbo, Marlene Dietrich, Joan Crawford, Sylvia Sydney, Kay Francis. En ese mismo año, vimos surgir, en ‘Una rubia para tres’, a la suculenta Mae West (…) Cuando salíamos (…) pensábamos en América como un país en donde triunfaba la más odiosa opresión capitalista; detestábamos en ella la explotación, el desempleo, el racismo, los linchamientos. Sin embargo, más allá del bien y del mal, la vida tenía allí algo de gigantesco y desenfrenado que nos fascinaba (…) paradójicamente, éramos atraídos por la América, cuyo régimen condenábamos, y la URSS, donde se desarrollaba una experiencia que admirábamos, nos dejaba indiferentes” (De Beauvoir S. La Fuerza de la edad, Capítulo III).

En la película de Jean-Luc Godard, “La chinoise” (1967), el personaje Henri, un joven izquierdista que entra en grave conflicto con sus amigos radicales y fanáticos de una cédula maoísta, dice las siguientes frases, ya en la última parte del filme: “El otro día yo estaba leyendo ‘L’Humanité nouvelle’, y ellos hablaban sobre la película “Johnny Guitar” [Nicholas Ray, 1954], que los líderes del Partido proyectaban en algún lugar. El hecho es que ellos atacaban la película por ser norteamericana; sin embargo, se trata de una buena película. Entonces, como dice Malraux: ‘No siempre la libertad tiene las manos limpias’”. Y más adelante, en una frase sobrecargada de referencias, Henri exclama: “No es el silencio de los espacios infinitos lo que me espanta, sino el sonido y la furia”.

En 1969, en plena guerra fría, los norteamericanos dieron el Oscar de mejor película extranjera a “Guerra y paz”, película soviética de Serguei Bondarchuk, una obra maestra total. A pesar de que la agenda del perfecto intelectual latinoamericano sugiere que deberíamos rechazar lo que viene de los Estados Unidos, estos ejemplos muestran la conveniencia de dejar al cine (y al arte en general) en paz. Si es verdad, como decía Louis Althusser, que la política no tiene vacíos, si todo es, al final, político, dejar que el cine desarrolle su propia política de imágenes en lugar de imponerle una política desde afuera.

Julio Cabrera, marzo, 2023

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